Sin nada que perder, sólo sus cadenas
Tras un nuevo aniversario del 24 de marzo, día de la memoria, la verdad y la justicia, decidimos enfocarnos en sanar esa herida a la que no le dieron lugar, esa verdad que no se pudo contar, hasta hoy. Mucho se habló de muerte, tortura y desapariciones pero siempre hubo un fragmento que no formó parte de los libros de historia y actos conmemorativos. Ese fragmento que aún vive en las memorias de lxs argentinxs involucrados, en las víctimas y sus descendientes.
El plan genocida, resultado de la lucha cívico-militar, buscó aniquilar a la clase obrera, imponer un disciplinamiento de género y desarrolló un particular ensañamiento con las “transgresoras”.
Estas trasgresoras eran nuestras mujeres, las luchadoras, que se negaban al adoctrinamiento y las políticas que las obligaban a cumplir un único rol dentro de la sociedad, el de su “destino natural”, como esposas y como madres. Eran encasilladas, confinadas al mundo del hogar como un orden social que se debía conservar, ese orden que venía claramente acompañado del patriarcado, como un fuerte aliado.
Este extenso proceso incluyó el resurgimiento del movimiento de mujeres a nivel internacional. Los indicios mostraron la potencialidad de esa alianza, y fue a causa de esto que se desarrolló un fuerte movimiento por parte de los genocidas para detenerlas. La dictadura condenó, ensañada, a aquellas que cuestionaban a viva voz la imposición de esos roles y mandatos. El modelo genocida, con una intención altamente divisoria, valoraba a las mujeres como “vírgenes o prostitutas” y esto sirvió para sostener su teoría de “la subversiva” como aquella que transgredía la supuesta esencia femenina.
Es fundamental que profundicemos estas perspectivas teniendo en cuenta, también, que el informe de desaparecidxs entre 1976 y 1983 muestra que el 33% eran mujeres y el 10% de ellas estaban embarazadas.
Para aquellas transgresoras, en total desacuerdo con la existencia de un “mundo privado-femenino” que venía de la mano con la imposición de las tareas del hogar, el cuidado y la crianza, como único rol de la mujer, les esperaba un desenlace terrible, humillante y desolador. Basados en el valiente testimonio de aquellas que sobrevivieron se permitió conocer que, bajo las órdenes del poder de mando, tuvo lugar una violencia específica de género, que fue ejercida sobre casi todas las detenidas.
La desnudez continua, la humillación, las violaciones, los embarazos y los abortos forzados y el sometimiento a la esclavitud sexual o a la pornografía, son algunas de las prácticas más comunes que surgen de los testimonios. A raíz de esto, también queda demostrado que a las múltiples formas de tortura que implementó la dictadura, se sumó el intento de imponer un control específico sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres detenidas.
Pero dentro de estas formas de violencia se destaca una de las más estremecedoras de todas las demás herramientas de “disciplinamiento de género” de la dictadura, y se impulsa de manera agresiva a las vidas de las desaparecidas: la apropiación ilegal de cientos de bebés y el posterior robo y sustitución de sus verdaderas identidades.
Luego de todas estas impactantes y atroces formas de tortura hacia la figura femenina, es necesario dar a conocer que sólo la lucha y la movilización de lxs argentinxs en las calles permitieron que se condenara por genocidas a los que hoy están presos. Esa misma lucha fue la que mantuvo viva la pelea contra la impunidad que se continúa hoy.
Por todo esto, es importante hacer saber que el movilizarse un 24 de marzo no debe ser sólo por honor, sino para reclamar juicios, castigos y cárceles para los genocidas. Esta fue una parte del relato silenciada hasta el día de hoy y, a partir de ahora y todos los 24 de marzo que nos queden por delante, estos delitos formarán parte de la historia oficial. Por todas las acalladas, las torturadas, las desaparecidas: nunca más.
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